Fray Pedro Aliaga Asensio recorrió los cuatro siglos y medio de “vicisitudes” para llevar al padre Juan de Ávila a su doctorado
Fray Pedro Aliaga Asensio, ministro provincial de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos expuso profusamente el cronograma amplio, de unos cuatro siglos y medio, así como los esfuerzos de diferentes personas, entidades, instituciones y altos cargos que hicieron posible que Juan de Ávila, un “sacerdote pobre” pasara al más alto reconocimiento universal como doctor de la Iglesia.
Fue este pasado sábado, en el transcurso de las VII Jornadas Avilistas organizadas por la Hermandad de San Juan de Ávila y San Juan Bautista de la Concepción, con la colaboración de la Parroquia de Almodóvar del Campo y que, como preámbulo de apertura del I Año Avilista que ya celebra la población natal de ambos santos, contó con la asistencia de numerosísimo público en el templo parroquial.
Si el párroco Juan Carlos Torres introdujo la charla indicando que en el décimo aniversario del doctorado del maestro Ávila “se vio muy adecuado” hacer confluir “el alma de Juan de Ávila y el alma de Juan Bautista de la Concepción en la figura de los trinitarios que tanto aportaron en este proceso”, la presidenta de la Hermandad, Isabel Fernández, esbozó lo más significativo de la trayectoria vital y estudiosa del ponente.
Natural de Villanueva del Arzobispo, en Jaén y doctor en Historia Eclesiástica por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, se destacó del padre Aliaga Asesio virtudes como ser “apasionado, trabajador infatigable, comprometido, polifacético y prolífico escritor de diferentes obras”, así como haber estado siempre “muy interesado en la vida y la obra de san Juan de Ávila y profundo conocedor del proceso de beatificación”.
El aludido expresó de inicio “el placer” de poder regresar a Almodóvar del Campo, por ser también la cuna del reformador de la orden a la que pertenece, la de la Santísima Trinidad y en su profusa exposición refirió que su congregación asumió la causa de la beatificación del maestro Ávila durante casi un siglo, en un “empresa que no fue fácil” en su conjunto, desde su muerte terrenal en 1569 y su proclamación como doctor de la Iglesia en 2012.
Diez años después del óbito, en Montilla (Córdoba), bajo la “extraordinaria fama de santidad” que le reconocieron sus coetáneos junto con su magisterio, “se inicia todo”, dijo fray Pedro, fama que “corrió pareja con la difusión de su doctrina”. Habría de esperarse a 1623, eso sí, para que la Congregación de San Pedro Apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid iniciara formalmente los trabajos conducentes a la beatificación.
Fue un año después de que varios sacerdotes andaluces solicitaran recabar su apoyo y en la necesidad de requerir fondos por parte de dicha congregación desde, Almodóvar del Campo, a través del ayuntamiento de aquella época y de la clerecía del Cabildo también de esta villa, se aportaron 500 reales. “También los obispos de Sevilla, Granada y Jaén y otras personas animaron a seguir estos trabajos y enviando limosna para los gastos”.
Y en otoño de 1623 ya se enviará un edicto a los lugares donde había vivido Juan de Ávila, juntamente con un interrogatorio para que testigos que así lo quisieran, pudieran declarar sobre su vida y virtudes, sumándose también a ello el licenciado almodovareño Martín Ruiz de la Mesa, capellán del Consejo Supremo de Castilla. Procesos informativos que alcanzaron Almodóvar, entre marzo y mayo de 1624, así como Jaén, Andújar, Baeza, Montilla, Granada, Córdoba y Madrid. Sus resultados llegarían a Roma en 1631.
Pero la causa quedaría paralizada hasta que un siglo más tarde, en 1731, el arzobispo de Toledo retoma su continuación en una nueva etapa, pidiendo al Papa Clemente XII que la favoreciera. Se nombró así allí, en Roma, al primer postulador de la causa, Martín de Barcia y también se acabará implicando la misma Corona de España, pasando el aludido a la condición de real postulador por decisión de Felipe V en 1737.
Para el ponente, otro hito de esta secular andadura fue cuando el 8 de febrero de 1759, el Papa Clemente XIII declaraba que el maestro Ávila “había ejercido las virtudes en grado heroico” y que se podía proceder a la discusión de los tres milagros necesarios para la beatificación. Aunque todo se paraliza de nuevo e incluso, durante 20 años, se carecer de postulador que siga adelante y en 1792 Almodóvar del Campo pasa a tomar las riendas.
Prolija conferencia del ministro provincial de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos durante las VII Jornadas Avilistas que organizó, un año más, la Hermandad de los Santos de Almodóvar del Campo
Fue con la cofradía existente entonces de la Congregación de Siervos de María, que se comprometió además a sufragar los gastos correspondientes y siendo reconocida como ponente. Al poco tiempo esta entidad sería absorbida por la Real Archicofradía Sacramental de Almodóvar del Campo, vigente actualmente y que heredó este rol de ponente de la causa, algo que queda incluso reflejado en sus estatutos fundacionales.
En todo caso habrá que esperar a 1862. “Es el año en que las cosas cambian, al asumir los trinitarios la causa de beatificación del padre Ávila”, explicó el fray Pedro Aliaga. Por aquel entonces, esta orden todavía no había podido regresar a España tras la supresión que sufrió como consecuencia de la Ley de Desamortización de Mendizábal en 1835, aunque la vista del ministro general de los trinitarios descalzos italianos, propició el giro.
El referido, padre Antonio de la Madre de Dios, “muy devoto de San Juan Bautista de la Concepción”, por entonces beato, quiso conocer su pueblo natal y fue aquí cuando la Sacramental le pidió asumir la postulación de la causa de beatificación. “Y aceptó, centrándose en dar a conocer a Ávila por medio de publicaciones e hincó el diente para el tema de los milagros, tan determinante, en la beatificación”, dijo el invitado.
Para desencallar esta circunstancia en noviembre de 1867 se logró que la Congregación de Ritos dispensase del uso de fórmulas reglamentarias para la validez de un proceso que asumió, junto a la continuidad de la orden trinitaria, uno de sus componentes, el padre vasco Bernardino del Santísimo Sacramento. Él “llevó a san Juan de Ávila a la beatificación” porque “se lo curró auténticamente” como nuevo postulador desde 1879.
Fue el 12 de noviembre de 1893 cuando por fin El Vaticano decretó la aprobación de los tres milagros necesarios, “después de muchas peripecias” reconoció el ponente de las VII Jornadas Avilistas, por lo que se fijó la fecha de la beatificación el 15 de abril del año siguiente, con una previsión de gastos de 55.000 francos y en Almodóvar del Campo con la realización de una talla del nuevo beato para la iglesia costeada por Francisco Laso.
También se abordó el traslado de reliquias a Roma, algo forma parte del rito a celebrar en la basílica vaticana, para su veneración papal, por aquel entonces León XIII. Éste llamó al padre Ávila con una “expresión muy interesante”, dijo el conferenciante, en concreto “excelso pregonero de la Suprema Verdad, sabiduría y santidad merecedora de alabanza, presbítero secular a quien se conocía con el sobrenombre de maestro por su singular arte en la dirección espiritual”.
El 24 noviembre 1893 se firmaba el decreto para el reconocimiento del cuerpo de Juan de Ávila en Montilla. Allí se abrió su sepulcro, se reconocieron los restos y se extrajeron en concreto una clavícula, el esternón, un radio, un cálculo vesical de los tres encontrados, una rótula, dos metacarpianos y tres tejidos pequeños al parecer del corazón. Todo ello llegó a Roma una semana después de la ceremonia, al perderse en el camino su portador.
Tras la beatificación nada relevante habría. Se suceden postuladores varios de la orden trinitaria, siendo el último de esta congregación el padre Agustín de la Virgen, con la vista puesta en una canonización, que solo se podía mover solamente con dos nuevos milagros significativos. En 1952 se dará luz verde a la continuación de esta causa, seis años después de que el beato Juan de Ávila fuese declarado patrono del clero secular español.
En 1961, a propuesta de los obispos españoles, el papa san Juan XXIII propuso a la Congregación de Ritos que la nueva causa pudiera seguir el Estatuto de la Canonización Equipolente, es decir, “con dispensa de milagros”, como así ya se había hecho en otros casos. Y así reconocido, ocho años más tarde el episcopado español pidió al papa san Pablo VI la canonización quien, el 31 de mayo de 1970, lo canonizaba solemnemente.
En su homilía de la ceremonia insta a que “cada sacerdote que dudase de su vocación, puede acercarse a nuestro santo y obtener una respuesta segura” y haciendo un esbozo sintético de su vida, enfatizó su condición de “sacerdote de Cristo, ministro de la Iglesia y guía para los hermanos”, alabando su predicación renovadora, exaltando su doctrina y llamando al ya santo “copia fiel de san Pablo”.
El padre Aliaga Asensio continuó su exposición indicando como ya aquel mismo año se empezó a mover la intención del doctorado, constituyéndose la comisión correspondiente para trabajar en la nueva ‘Positio’ que fue terminada en 1989 y se pidió oficialmente ese mismo año en Roma la declaración. Diez años después se insistió nuevamente, cuando ya regían otros nuevos criterios para probar la eminencia de su doctrina.
Ello obligaba a rehacer, de nuevo todo el trabajo, nombrando en 2007 la Conferencia Episcopal como postuladora de la causa del doctorado a la directora de su Oficina para las Causas de los Santos, la profesora María Encarnación González Rodríguez, que reelaboró la positio “en un trabajo que la absorbió durante dos años” y el 10 de diciembre de 2009 fue firmada la petición formal para su proclamación.
Benedicto XVI lo hizo el domingo de 7 de octubre de 2012, reconociendo en san Juan de Ávila “la primacía de la Gracia que impulsa el buen obrar, la promoción de una espiritualidad de la confianza y la llamada universal a la santidad, vivida como respuesta al amor de Dios; son puntos centrales de la enseñanza de este presbítero diocesano que dedicó su vida al ejercicio de su ministerio sacerdotal”.
A aquella ceremonia pudo asistir el padre Aliaga, como miembro del consejo general trinitario que era por aquel entonces. “Me sabía representando a la Orden que durante casi un siglo llevó la causa del maestro Ávila y me imaginaba a san Juan Bautista de la Concepción sentado en primera fila, en barrera, en los palcos del Cielo, mirando lo que aquella mañana se celebraba en Roma. Orgulloso de su santo paisano y pariente”, confesó.
Se completaba así un trabajo de siglos y de tesón de muchísimas personas e instituciones desde el convencimiento “de la santidad de san Juan de Ávila y de lo seguro de su doctrina como guía en el camino del Evangelio, en el seguimiento del Señor Jesús. Fue un camino purificado y aquilatado por el pasar de los años y los siglos”, apostilló fray Pedro Aliaga.